Granada  Solidaria
Eurcaristía



Eucaristía en Acción de Gracias por Servando, Julio, Fernando y Miguel Ángel

 

Si el grano de trigo no muere...

Resurrecion



PRIMERA LECTURA: 1ª Jn 3, 13-18

No os maravilléis, hermanos, si el mundo os aborrece. Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. Quien aborrece a su hermano es homicida, y ya sabéis que todo homicida no tiene en sí la vida eterna. En esto hemos conocido la caridad, en que Él dio su vida por nosotros, y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos. Pues el que tuviere bienes del mundo y, viendo a su hermano tener necesidad, le cierra sus entrañas, ¨cómo la caridad de Dios permanece en él? Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y de verdad.



SALMO RESPONSORIAL: Is 52, 7-10

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación, diciendo a Sión: Reina tu Dios ! ¡Escucha ! Tus atalayadores alzan la voz, y todos a una cantan jubilosos, porque ven con sus ojos el retorno de Yavé a Sión. Exultad jubilosamente a una, ruinas de Jerusalén, porque se ha apiadado Yavé de su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Yavé ha desnudado su santo brazo a los ojos de todos los pueblos, y verán todos los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios.



EVANGELIO: Jn 15, 9-17

Como el Padre me amó, yo también os he amado ; permaneced en mi amor. Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guardé los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor. Esto os lo digo para que yo me goce en vosotros y vuestro gozo sea cumplido. Este es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y déis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.



¡Servando, te quemaba el
Amor de Dios!
Viviste la experiencia
de que Dios no abandona nunca.
Supiste que Dios nos ama
a través de los hombres.
Recibiste infinidad de veces
el abrazo del Padre del hijo pródigo,
y este Padre te pidió un día un paso más:
hacer tú las veces de Padre,
sobre tus hijos preferidos,
los que no cuentan,
los sin voz.




TEXTO HOMENAJE

Estuviste, Servando, en Granada trabajando durante doce años. Sin embargo, creo que hemos aprendido todos más de ti en estos últimos días que en todo ese período.

Hemos llegado a comprender, por ejemplo, la profundidad de tu fe. Cuando hace año y medio te ofreciste a ir al Zaire supimos que decisiones de ese tipo sólo se pueden tomar cuando se cuenta con un buen bagaje de fe. Pero lo que no podíamos imaginarnos era que por esta fe estabas dispuesto, incluso, a morir.

Nos has enseñado que la valentía no es virtud exclusiva de los grandes héroes de la historia, ni de los fabulosos personajes de la literatura. Hoy sigue habiendo también hombres sencillos y valientes al mismo tiempo. ¡Y tú eras uno de ellos! Tuviste la oportunidad de regresar a tu país y, sin embargo, ni tú ni tus compañeros quisisteis hacerlo. Hace unos días te oímos por la radio. "Nos hemos enterado de que van a mandar de España un avión para repatriarnos. Que manden ese avión, sí pero lleno de medicinas, ropa y alimentos, porque nosotros nos quedamos aquí". No sabíamos que tu coraje era tal que estabas, incluso, dispuesto a morir.

Hemos aprendido de ti que tu amor a los pobres era auténtico. Te habíamos: oído muchas veces hablar de ellos y notábamos que te preocupaban sus problemas. Sabías que donde hubiera alguien necesitado, allí estaba Dios. ¡Y allí querías estar también tú! Recuerda aquella frase que te dijo tu madre poco antes de que te fueras al Zaire, quizás en un último intento por disuadirte: "En todas las partes está Dios, hijo". Pero tú le contestaste lacónico: "Claro que sí pero allí más que en otros sitios". Ahora llegamos a comprender que tus ojos de buen samaritano tuvieran tan largo alcance, pero no imaginábamos que estabas dispuesto, incluso, a morir por los pobres abandonados.

Puedes estar seguro de que tu muerte, y la de tus compañeros, no ha sido inútil. Al contrario, nos ha espoleado a todos frente a los problemas de los refugiados ruandeses. Además nos ha dado vida a quienes te conocimos. Queremos que vivas en cada uno de nosotros. Así nuestra fe, como la tuya, será más profunda; nuestro valor más fuerte, como el tuyo; y nuestro amor a los pobres, como el tuyo, mayor. ¡Y es que tu muerte ha sido la gran lección de tu vida!

Tú sabes que en Granada se te quería. Y, permíteme, se te quiere todavía. Hemos sabido que entre los refugiados con los que trabajaste también eras muy apreciado. Apenas nos enteramos de lo tuyo, muchos se acercaron al Colegio, tu último colegio, a mostrarnos su dolor. Otros lo hicieron por teléfono. Recuerdo que alguien ni siquiera su nombre pudo dar; las lágrimas se lo impidieron, pero parece ser que, quien fuera, te estimaba de verdad. El día 8 de noviembre vi a muchas personas con lágrimas en los ojos.

Tu simpatía y alegría nos cautivaban a todos y, al mismo tiempo, tu seriedad nos imponía respeto. Tu coherencia de vida constituía tu apostolado más eficaz. Además tenías unas cualidades especiales cuando querías ganarte a alguien para llevar a cabo algún proyecto: en principio, tu entusiasmo se contagiaba enseguida; luego tu palabra hábil y envolvente hacía los primeros logros; finalmente tu diplomacia conseguía el resto.

Sabemos, Servando, Miguel Ángel, Fernando y Julio que sentisteis miedo el día 25 de octubre cuando veíais que se acercaban 80.000 fugitivos que venían a unirse a los 20.000 de vuestro campo. Sobre todo os preocupaba el que muchos de ellos se presentasen fuertemente armados. El lunes, 28, todos abandonasteis el campo en una de esas huidas sin rumbo. Luego, al regresar, os encontrasteis las instalaciones completamente saqueadas y destruidas. Suponemos vuestra impotencia y desconcierto en ese momento. Además vuestro temor se incrementó ante la actitud provocadora de aquellos hombres armados. Menos mal que un grupo de jóvenes se ofreció a protegeros, aunque luego huirían y os dejaron solos y desamparados.

Dejad que nos unamos a vuestro sufrimiento reconstruyendo vuestro último día de vida: el 31 de octubre. A las 9 y media de la mañana llamasteis a Roma para hablar con el Hermano Superior General. Le decíais: "Se han marchado del campo todas las personas, incluidos los refugiados. Estamos solos; esperamos un ataque de un momento otro. Si esta tarde no volvemos a telefonear será una mala señal; lo más probable es que nos quiten la radio y el teléfono. La zona está muy agitada; los refugiados huyen sin saber a dónde y es muy notoria la presencia de infiltrados y de personas violentas". Poco después, hacia las 2 de la tarde, os llamó el Superior General y le dijisteis que os habíais quedado en casa y que esperabais que los refugiados volvieran, como había ocurrido otras veces. Luego, Servando, llamaste a tu madre y a Sevilla para hablar con el Hermano Provincial de Andalucía, y le comunicabas que de un momento a otro esperabais visita, por supuesto, nada agradable ni deseada. A partir de ese momento, incomunicación, silencio, pero un silencio tétrico que ya no sería interrumpido. Según parece, un aldeano zaireño, al atardecer de ese mismo día, vio que un grupo de militares se acercó a vuestra casa, os tomaron como rehenes y luego... Alguien de vosotros aún tuvo tiempo de exclamar: "¡Dios mío, vamos a morir! ¡Ten piedad de nosotros!"

Perdonadnos, Servando, Miguel Ángel, Julio y Fernando. Todos somos un poco culpables de lo que os ha pasado. El día 30 de octubre tuviste, Servando, la oportunidad de hablar por la radio. Lanzabas un S.O.S. desesperado en favor de los refugiados. Toda España pudo oír que no disponíais ni de una sola aspirina, ni tan siquiera de un simple plástico para cubrir a los enfermos. Comprendimos, sí, tu situación tan apurada; y nos dio hasta pena por las cosas que nos decías. Pero ahí quedó todo. Luego volvimos a mirarnos a nosotros mismos y a disfrutar de nuestro habitual bienestar y del consumismo en el que estamos inmersos. Y otra vez tu problema y el de los tuyos se alejó de nuestra sensibilidad. Además nuestros gobiernos, no sé por qué inexplicable desidia, permanecían pasivos. Eran también conscientes, como nosotros, de que este asunto no les incumbía, ya que se trataba de un país sin atractivo económico del hemisferio sur. ¡Y África nos queda tan lejos teniéndola tan cerca!

Era tal el peligro que os asediaba, que ya habían abandonado el campo de refugiados los empleados de las Naciones Unidas y hasta los de la Cruz Roja. Solamente quedabais vosotros, algunas religiosas y dos sacerdotes. El mismo día 31 dejasteis vuestra furgoneta a estos últimos para que pudieran huir. Con ello no hacíais sino negaros a vosotros mismos toda posibilidad de escapar en caso de peligro inminente. En nuestra sociedad de corrupción, egoísmo y de ambición de poseer y dominar no encaja esta actitud. Por eso nosotros no llegamos a entender gestos de tanta generosidad.

Gracias, Miguel Ángel, Julio y Fernando. Gracias, Servando, por tu vida ahora que ya no la tienes. Realmente nunca fue exclusivamente tuya. Se la has dado a tus queridos refugiados y en un lugar tan lejano de tu Burgos natal. Me acuerdo de esta frase también tuya: "Mi vida no vale más que la de cualquiera de estos ruandeses". Pero creo que, como te digo, también nos has tocado algo a nosotros. Te vemos todavía atravesar el patio a paso rápido, que era el tuyo, o con la cartera yendo a clase o con esa carpeta a alguna reunión de catequistas o animadores. Y seguirás estando con nosotros. Suponemos que, a partir de ahora, tú también querrás seguir con tus amigos de aquí, aunque te hayamos dejado solo.

H. José Delgado García