Estremecedor relato del asesinato de los cuatro maristas españoles
«¡Dios mío, vamos a morir, ten misericordia de nosotros!»
- ALFONSO ROJO
- ENVIADO ESPECIAL
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- CYANGUGU (RUANDA)
«¡Dios mío! ¡Dios mío!, vamos a morir. ¡Ten
misericordia de nosotros!». No se sabe quién de los cuatro rezó
cuando los llevaban al pozo donde después arrojaron sus cadáveres,
pero esa frase fue la última que se oyó de los maristas españoles.
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Estaba oscuro. Hacía ya bastante rato que había anochecidosobre
el campo de Nyamirangwe.
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El campesino zaireño que se escondía aterrorizado entre la maleza,
apenas vio nada: sólo escuchó gritos en una lengua extrañamente
parecida al francés.
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Todo ocurrió el pasado 31 de octubre. Poco antes de que el aldeano
oyese las exclamaciones, dos seminaristas zaireños que habitan a 10
kilómetros de la colina donde residían los maristas, observaron
a un grupo de milicianos hutus entrar a la fuerza en la casa de los religiosos
españoles y comenzar a saquear sus pertenencias. Después, atisbaron
como unos hombres armados sacaban del edificio a varias personas de raza blanca,
las mataban a sangre fría y las arrojaban al pozo que existe en la
parte trasera.
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Tras cometer su bestial crimen y a pesar de que el campo de refugiados había
quedado desierto, los milicianos no huyeron. Se instalaron en la casa y estuvieron
varios días paseando por la inmediaciones embutidos enalgunas de las
prendas de sus víctimas. Uno de los hutus se enfundó el anorak
de Fernando de la Fuente, el marista al que llamaban «ElChileno»
porque había pasado muchos años en Américadel Sur. Otro
se apropió de las gafas y lucía día y noche la camisa
de Julio Rodríguez. Julio, el más joven delos cuatro, había
nacido en la Ribera del Duero y llevaba doce años en Africa.
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Se rumoreaba que habían muerto todos, pero hasta ahora nadie se había
atrevido a decirlo en voz alta. Ayer, cuatro días despuésde
que llegase por radio la noticia de que algo terrible había ocurridoa
unos misioneros españoles en el este de Zaire, la propia congregación
confirmó el asesinato de los cuatro maristas que trabajaban junto al
campo de refugiados de Nyamirangwe.
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Servando Mayor, Miguel Angel Isla, Julio Rodríguez y Fernando de la
Fuente presintieron lo que se avecinaba y poco antes de ser masacrados, cedieron
su único vehículo un camión para que intentaran huir
en él los dos sacerdotes negros, el seminarista nativo y un grupo de
monjas locales que residían en la misión.
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Se ignora el destino corrido por algunos de los que trataron de escaparen
el coche, pero ya se conocen las circunstancias concretas del asesinatode
los españoles. Miguel Angel Isla, que era de Burgos y acababade cumplir
53 años, tenía la costumbre de reflejar detalladamente en un
diario los avatares de cada jornada.
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Ese diario ha sido encontrado por los dos maristas españoles que se
han desplazado hasta el campo de Nyamirangwe y en la página correspondiente
al 31 de octubre aparece la siguiente anotación: «15 horas; los
dos sacerdotes y las religiosas se han marchado».
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Este detalle, que refleja la terrible soledad y el desamparo que rodeó
a los cuatro maristas en las horas previas a su muerte, está corroborado
por la última conversación telefónica que Servando Mayor
mantuvo con la Casa Central de los maristas.
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Servando, que era burgalés y tenía 44 años, hablócon
Roma a las 9,30 de la mañana del 31 de octubre.
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Su mensaje, pronunciado sin aspavientos y en un tono calmado, resulta estremecedor:
«Se han marchado todos del campo, incluidos los refugiados; estamossolos
y esperamos un ataque de un momento a otro; si esta tarde no contestamos al
teléfono, será una mala señal; lo más probable
es que nos quiten la radio y el teléfono; la zona está muy agitada;
los refugiados huyen sin saber dónde y es notoria la presenciade infiltrados
y de personas violentas».
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Ese mismo día, a las dos de la tarde, el Superior de los maristas llamó
y habló con Julio Rodríguez, quien le informóque se habían
quedado en la casa para no mezclarse con los militares que huían y
con la esperanza de que retornaran los refugiados alcampo, como había
ocurrido otras veces.
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Posteriormente, Servando telefoneó a su madre y al hermano que ejerce
como Provincial en Andalucía. Debió ser inmediatamente después
cuando los milicianos les arrebataron el teléfono, porque no hay más
llamadas registradas. A partir de ese instante y hasta las ocho de la noche,
lo único que pudieron hacer los cuatro maristas españoles fue
rezar, animarse unos a otros y esperar con el alma en un puñola llegada
de los asesinos.
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- EXHUMACION COMPLICADA
Nyamirangwe está enclavado en una colina, a 20 kilómetrosal
oeste de Bukavu y durante mucho tiempo fue un «campo limpio»: un
lugar que albergaba a 20.000 civiles y donde no había armas de fuego.
Los maristas españoles habían recalado allí hace año
y medio e instalado una escuela en la cima de una loma contigua, a tres kilómetros
de distancia. En esa escuela, asistían regularmentea clase 7.000 muchachos,
hijos de los refugiados salidos de Ruanda en 1994.
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El pasado agosto, los maristas habían denunciado el robo de su equipo
electrógeno. El autor de los hechos, un miliciano que había
trabajado en la escuela, fue detenido y sus parientes profirieron amenazasde
muerte, pero no fue la venganza personal el móvil directo de su asesinato.
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«Los hermanos sabían que su presencia no era grata para estos
grupos armados», explica un comunicado hecho público ayer por
los maristas. «Pero se quedaron porque su presencia era muy apreciada
por los refugiados».
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Según el marista leridano Juanjo Luján que da clases en la comarca
ruandesa de Butare, cuando evacuaron el campo los empleados de la ONU, los
de la Cruz Roja y todo el personal de las organizaciones humanitarias, los
civiles del campo suplicaron a los cuatro españoles que no les abandonaran
y ellos decidieron quedarse.
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Dos hermanos maristas, probablemente Pedro Arrondo y José Martín
Descarga que residen en una misión próxima, viajan cada día
a Nyamirangwe para recoger objetos personales, juntar testimonios y tratar
de recuperar los cadáveres «para darles cristiana sepultura en
tierra africana».
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Los asesinos de Julio, Servando, Miguel Angel y Fernando tiraron sus cuerposa
un pozo de 12 metros de profundidad y un metro de diámetro, que los
propios maristas habían excavado y utilizaban como fosa séptica.
La lluvia unida al tamaño del pozo y los gases que emanan de él
están dificultando la exhumación de los cadáveres. Los
maristas han abierto un pozo paralelo para alcanzar los cuerpos que se encuentran
a unos cinco metros bajo el suelo.